Con la llegada de los conquistadores al nuevo continente trajeron consigo un sinfín de enfermedades, incluyendo la viruela, razón por la cual los nativos cayeron ante los recién llegados. El historial de enfermedades fue en incremento cuando se instauró la Nueva España.
La falta de presupuesto y el mal manejo de la riqueza en la nueva España fueron motivos de la mala alimentación y enfermedades. Esto afectaba sobre todo a las personas más vulnerables, quienes si no morían de inanición lo hacían por alguna enfermedad.
En efecto, en aquella época no existía aún la recolección de basura. ¿Se imagina cómo era vivir en esas condiciones? Calles llenas de todo tipo de desechos. Por supuesto los espacios públicos eran focos de infección.
Las calles de la Nueva España, incluyendo lugares como La Plaza Mayor en la Ciudad de México, estaban plagadas de malos olores. En ese entonces, las calles eran de tierra y no se barrían, tampoco era mal visto que las personas arrojaran sus desperdicios en cualquier parte, incluidos orines y heces fecales. Por lo que los cronistas describen las calles como “pestilentes y asquerosas”.
A lo anterior, hay que agregar que no había cuidado en el uso del agua, ya sea para consumo o uso doméstico. Entonces los habitantes de la Nueva España consumían agua contaminada, no apta para ingerir.
Se tenía la creencia que las enfermedades propias como la fiebre tifoidea y el cólera eran exclusivas de los pobres. Pero en realidad no, eso se debía a los malos hábitos que se practicaban y a la nula acción por las autoridades por mantener las calles y lugares públicos limpios.
Por fortuna, la ilustración llegaría para desmentir estas y muchas otras creencias supersticiosas sin fundamentos. Se comenzó a hablar de airear, ventilar, remover, circular y limpiar. La salud pública comenzó a tomar relevancia bajo intervenciones basadas en el orden, higiene y simetría.
En el siglo XVIII los problemas sobre sanidad en la Nueva España adquieren mucha importancia, principalmente en el gobierno de Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo (1789-1794). Periodo donde se aplicaron las primeras reformas y obras públicas en materia de salud.
El virrey Revillagigedo es considerado uno de los mejores virreyes novohispanos, un visionario y quién promovió una transformación urbanística y de administración pública sin antecedentes.
Comenzó por la Ciudad de México, por entonces sucia, pestilente y desordenada. Por entonces, la capital novohispana era prácticamente un chiquero. Había una gran cantidad de perros callejeros y las calles se hundían en la inmundicia entre el lodo y los desechos humanos.
El ambiente estaba aromatizado por el fétido olor de las transparentes acequias que se habían convertido en riachuelos de aguas negras. Pero nada era peor que ver a la gente orinando y defecando en la vía pública.
En agosto de 1790, el virrey expidió un bando para limpiar la Ciudad de México. Y consideró que el problema era también de educación, por lo cual decidió que desde la escuela se enseñara a los alumnos a utilizar lugares especiales para hacer sus necesidades fisiológicas.
Revillagigedo comenzó por ordenar al arquitecto Ignacio de Castera la construcción de atarjeas y drenajes para las principales calles de la ciudad. Luego las mandó empedrar, estableció el servicio de limpia y la
recolección de basura, puso número a cada casa e instaló el alumbrado público con lámparas de aceite.
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Además, ordenó la limpieza y embellecimiento de los paseos, de las plazas y de las alamedas; controló el caos vial de la ciudad; introdujo los coches de alquiler; organizó el servicio de policía, tanto el diurno como el que por las noches prestaban los vigías llamados “serenos”; y persiguió sin piedad a los ladrones y asesinos.
Así, su gobierno se caracterizó por la mano dura que aplicó contra los criminales. Gracias a Revillagigedo, la capital novohispana fue llamada “la Ciudad de los Palacios”.
Gran parte del desarrollo urbano y la concientización de la importancia de la salubridad se le debe al virrey Revillagigedo. Marcó un antes y un después en los hábitos de la población y en el proceso de gestión de los residuos. Esto redujo en gran medida las problemáticas relacionadas con la acumulación de basura de la época, como plagas y propagación de enfermedades.
La creación del carro de basura, que evolucionaría a lo que hoy conocemos como camión de basura, mejoró notablemente el aspecto de la capital. El carro de basura paraba dos veces al día y recolectaba basura que los capitalinos juntaban.
En aquella época existían 50 carros; los recolectores se encargaban de llevar los desperdicios al arrojadero. Las reglas del virrey en este aspecto eran tan estrictas que incluso no permitía que la basura fuera depositada en la calle una noche anterior a la recolección.
Los ciudadanos tenían que salir forzosamente y de inmediato entregar la basura a los hombres que empujaban estos carros. Para avisar la llegada de los carros de basura se les puso una campana, que de lejos se escuchaba. Ahora, este sonido es parte de los sonidos callejeros de México.
Hoy en día, es una costumbre salir a dejar la basura cada que escuchamos el característico sonido de la campana anunciando la llegada del camión de recolector. Incluso ya es de conocimiento los días y los horarios, así con anticipación se prepara para el servicio de recolección de basura en los hogares.
A más de doscientos años que inició el proceso de recolección de basura en nuestro país, aún tenemos muchos aspectos en los que podemos mejorar para recolectar y eliminar residuos de manera eficiente, buscando un impacto positivo en nuestro medio ambiente y bienestar colectivo.
Conocer más sobre la historia de la recolección de basura, nos permite reconocer la importancia de este proceso y forma parte de una conciencia ciudadana responsable que busca calles libres de residuos. El bien común empieza desde las pequeñas acciones.
